En esta nueva ocasión vamos a entrevistar a una persona a la que muchos seguimos por sus reflexiones en torno a la fotografía, por sus criticas sobre trabajos y autores, en fin por su imagen externa, pero igual le conocemos menos a él, a Blas.
¿Desde cuándo te interesa la fotografía?

Con este tipo de pregunta se suelen iniciar muchas entrevistas a fotógrafos. La pregunta no es capciosa, ya que la mirada se adiestra con la experiencia, evolucionando con los intereses y prácticas que nos trae cada etapa de la vida. Del mismo modo que hablamos cuando tenemos algo que decir, miramos cuando algo nos fascina, sentimos curiosidad y queremos conocer. La mirada es nuestro acceso al exterior y primer estadio del conocimiento. Tengo, pues, que remitirme a mi primera instancia significativa de la mirada y esta sucedió en una cámara oscura, cuando contaba tan solo 5 años de edad: la intensa luz del mediodía se filtraba por un pequeño orificio en la persiana de la habitación donde me ponían a dormir la siesta y proyectaba con asombrosa nitidez -pero invertidas- las figuras de los transeúntes que deambulaban por la calle San Roque de Vigo. Aunque pocas cosas recuerdo de mi primera infancia, en ese fenómeno de la luz identifico el origen de mi obsesión por capturar y fijar en una imagen los encuentros efímeros con la realidad.
De mi primera cámara fotográfica, adquirida con todos mis ahorros infantiles a principios de los 70, conservo la que siempre he considerado mi primera fotografía, cuyo único mérito quizá sea la de ser el punto de partida de una afición, pasión y vocación. En los años que vendrían sería tiempo de experimentar, descubrir y fracasar, porque crecer en fotografía inevitablemente implica estos tres verbos. Mi “archivo” fotográfico temprano deja constancia de todo ello y está dominado por eso que los académicos llaman “fotografía vernácula” y que, por mejor entendernos, sería la fotografía de nuestra cotidianeidad más inmediata: reuniones familiares, amigos, mascotas y excursiones. En este “documentalismo” doméstico, fiestas populares y procesiones, algunos eventos de interés visual, muchos conciertos y hasta un premio Nobel me fui configurando como fotógrafo.
¿Qué significa para tí la fotografía?

“Manos, dejad los quehaceres.
Cabeza, olvida todo pensamiento.
Todos mis sentidos
desean hundirse en el sueño”
Hermann Hesse
Mirar es sentirse fascinado por lo observado. La curiosidad y la mirada son las puertas del conocimiento. Para mí, fotografiar implica un acto de posesión de lo mirado, levantar testimonio de lo que me emociona y, de alguna manera, incorporar esta experiencia de la realidad externa a los límites de mi “realidad” interior. Quizá ello tiene que ver con la misma pulsión de querer retener la experiencia infantil del cuarto oscuro, atrapar las sombras de aquellos transeúntes que paseaban por el techo de la habitación infantil. Sin duda, la fotografía es un artefacto de la memoria y fotografiamos para recordar -o simplemente para poder olvidar. Quizá porque mi memoria es frágil, la fotografía siempre ha funcionado como un repositorio de la memoria. La fotografía es el registro de mi experiencia emocional y cognitiva de la realidad: no solo necesito hacer fotografías, necesito volver continuamente sobre ellas, tocarlas, interrogarlas, agitarlas, intervenirlas y mantenerlas continuamente dentro de los parámetros en los que se desarrolla mi vida.
¿Qué tipo de fotografía haces?
Hay dos temas por los que siento especial predilección en mi práctica fotográfica: las personas y los lugares. Por definición, la fotografía es un medio dialéctico y la cámara es la mediadora del diálogo entre el fotógrafo y el sujeto. El antes, el durante y el después de cada toma fotográfica forman parte del diálogo, con registros y tiempos diferentes para cada uno de esos momentos. Hay un tiempo para el trabajo de documentación, de búsqueda o espera que precede a la toma y que se puede dilatar más o menos en función del sujeto y las circunstancias. Esta parte está dominada por la expectación. Incluso en la fotografía de calle, que requiere instinto y velocidad, el fotógrafo ha de anticiparse a las situaciones para propiciar el éxito de la toma fotográfica. Sin embargo, considero que mi fotografía es lenta, y aunque eventualmente pueda reaccionar ante algún estímulo o sujeto, está dominada por la expectación. Mis procesos fotográficos son bastante prolongados y repetitivos. Sea retrato o paisaje, necesito el encuentro previo con el sujeto, encontrar y establecer vínculos con las personas y los lugares y, sobre todo, sentir que la fotografía que voy a tomar formará parte de algo.


Durante la toma fotográfica entran en juego los aspectos más instrumentales de la fotografía y si bien el momento es crítico en la constitución del acontecimiento fotográfico, el resultado final estará configurado por las condiciones previas y posteriores en las que se produce el diálogo fotográfico con el sujeto fotografiado. Admiro la fotografía espontánea, la que recoge la acción del instante, pero admito que mi estrategia es más sosegada. Tanto para el retrato como para el paisaje, utilizo un estilo frontal, evitando pronunciamientos estéticos o retóricas visuales que interfieran con los atributos del sujeto o la calidad del diálogo establecido. Casi siempre utilizo el trípode en los retratos, intentando encontrar los equilibrios entre el sujeto y el fondo. Esta disposición, aunque un poco aparatosa, me permite mantener despejado el espacio para el diálogo.

Me gusta utilizar el término “acontecimiento fotográfico” para refirme a todos los procesos que se movilizan en torno a las imágenes fotográficas, desde su conceptualización hasta el encuentro con el espectador. El archivo es uno de los estados del acontecimiento fotográfico que me resultan más estimulantes, sobre todo porque permite situar y expandir el diálogo fotográfico en el “después” de la toma. Este aspecto lo he trabajado utilizando el archivo familiar, mis propias fotografías o incluso imágenes de terceros (algún lector quizá haya participado en aquel extravagante proyecto post-pandémico llamado “Light Jam Portraits”, en el que “confitamos” retratos de fotógrafos y fotógrafas). Entiendo estos procesos de resignificación como una manifestación de autoría tan genuina como la fotografía directa, ya que mediante la intervención del archivo la nueva obra se incorpora a un discurso genuino e independiente de aquel para el que fue concebida.

Como decía más arriba, necesito saber que mis fotografías forman parte de algo y que se estructuran en torno a una intención. Para mí, la fotografía no existe en singular. Considerar una fotografía como un hito aislado en la producción de un autor es una herencia del pictorialismo. La naturaleza del medio fotográfico es la serialidad y las fotografías solo tienen sentido cuando forman parte de conjunto y son manifestación de una intención. Por supuesto que celebro una buena fotografía, del mismo modo que puede emocionarme la estrofa de un poema o apreciar un pasaje en particular de una sinfonía, pero creo que nuestras imágenes tienen que formar parte de un todo narrativo, poético o conceptual. Creo que, de forma consciente o impulsados por la intuición, todos los fotógrafos trabajamos en esa línea, disponiendo de un repertorio de temas, intereses y sujetos recurrentes en nuestra práctica fotográfica. Cada mirada tiene sus leitmotivs, que constituyen nuestro repertorio de estrategias para delimitar y relacionarnos con la realidad.
Dinos tus referentes
Aunque mis dos referentes “universales” podrían ser August Sander y Walker Evans -me identifico en la frontalidad que ambos practicaban, la estrategia tipológica del alemán y la melancolía contenida del americano – sería injusto no reconocer otras influencias en mi modo de entender la fotografía. Sin pretender ser exhaustivo, porque seguro que me dejaré a muchos en el tintero, me gustan aquellos autores clásicos en cuyas obras resuene la dimensión social como Paul Strand, Bill Brandt, Gisèlle Freund y Manuel Álvarez Bravo; autores más recientes en ese compromiso social como Philip-Lorca diCorcia, Cindy Sherman, Alec Soth, Susan Meiselas o Laia Abril. En fotografía de paisaje mi referente absoluto es el movimiento del New Topographics y nombres como Robert Adams, Lewis Baltz o Stephen Shore han sido definitivos para conformar mi aproximación a este género. Me interesa mucho el paisaje donde los autores exploran los vínculos emocionales con el paisaje e inevitablemente me vienen inmediatamente a la cabeza Fay Godwin, José Manuel Navia y Ariadna Silva.

Me sobrarían razones para nombrar a muchos otros fotógrafos, algunos de ellos rigurosamente próximos, pero ni quiero extenderme, ni arriesgarme a omitir a tantos autores que sigo y admiro. Me parece importante estar presente y participar en las actividades que se generan en torno a la fotografía en mi ciudad. En la medida de lo posible, me gusta reflexionar desde la posición del espectador en el “acontecimiento fotográfico”. Esta ha sido una de las razones que ha inspirado el proyecto “Encuentros 5+1” que comparto con Malena Carballo y Paula F. Bañuelos. Un espacio creado para el diálogo, donde se propone a un panel “crítico” de cinco invitados a investigar, reflexionar y debatir con un autor o autora en torno a su obra.
Por último, me gustaría incluir en esta enumeración básica de referencias a quienes considero los cuatro evangelistas del pensamiento fotográfico: Benjamin Walter, Roland Barthes, Susan Sontag y John Berger. Aunque la fotografía tiene algo de visceral y mecánica, toda práctica fotográfica ha de estar informada por el pensamiento. No se trata de adornar las imágenes con conceptos y declaraciones artificiosas, pero la reflexión y el análisis crítico son fundamentales en el proceso de destilación de las imágenes que dará fruto en proyectos estimulantes y coherentes.
¿Qué buscas, cuáles son tus objetivos?
Hace unos meses me enfrenté con la misma cuestión cuando tuve que escribir una declaración artística que acompañaba a un proyecto. Aunque este tipo de textos suelen ser un poco “elevados”, creo que responde la pregunta y deja constancia que mi intención final es la de comunicar:

“Entiendo la fotografía como un diálogo y planteo cada proyecto como una oportunidad para explorar esta dimensión del medio fotográfico. Si en mis trabajos de retrato y paisaje encuentro una excusa para entablar conversaciones con personas y lugares que inspiren mi búsqueda de la memoria y la identidad, en los proyectos colaborativos siempre me anima la idea de crear un espacio plural y dialéctico en donde expandir los límites de mi creatividad. Palabra, imagen y pensamiento son las bases en las que se fundamenta mi discurso artístico, un todo inseparable que contiene la declaración de mi obra y la trinidad absoluta que sitúa al espectador como el interlocutor final del diálogo fotográfico.”
Cadernos da Limia
La concepción inicial del proyecto “Cadernos de la Limia” arranca tímidamente a finales de 2017. En esta época revisité la comarca de la Limia (Ourense, Galicia) tras una significativa ausencia de más de 40 años y el retrato de una persona en la aldea de Baronzás activó los mecanismos de la memoria, que desde entonces buscó las trazas de una identidad olvidada a través del paisaje, las personas, la lengua y las ideas.

La historia de la Limia está marcada por una atroz cicatriz que ha desgarrado profundamente esta tierra: la desecación de la Laguna de Antela en los años 60, de la cual no quedan más que unos vagos vestigios profanados por la codicia de la industria minera, un desequilibrio hídrico que aun lastima las conciencias de sus habitantes y un recuerdo que se vuelve más escaso y borroso con el paso de los años y las vidas. En verano de 2018 inicié un recorrido por estos territorios arenosos y secos, buscando la traza emocional de la desaparecida laguna que dio como resultado un proyecto de paisaje que me pareció oportuno titular: “Cadernos da Limia: Notas dunha lagoa ausente”, ya que pretendía ser un cuaderno de campo en el que anotaría las experiencias, vivencias y sentimientos de este viaje de iniciación al corazón marchito de la Limia. Paisaje, identidad y memoria discurren de la mano por este territorio malogrado.

El relato de esa primera entrega de los “Cadernos da Limia” discurría por unos paisajes ásperos, atacados por la nostalgia de un paraíso perdido y la desesperanza ante un futuro amenazado. Dibujaban la idea de unos territorios condenados a la lenta agonía del abandono y la despoblación. Sentí, pues, la necesidad de habitar aquellos paisajes yermos y concebí la idea de una segunda parte en la que cartografiaría la geografía humana de la Limia. Sin pretender crear una tipología de personajes ilustres ni una galería costumbrista de caracteres, mi intención fue dibujar un fresco que represente la riqueza de matices y contrastes que dan forma a la realidad social, cultural y económica de la Alta Limia. A finales de 2018 comencé, pues, las fases de documentación, investigación y producción, y desde primeros de 2019 desarrollé sin interrupción esta segunda parte del proyecto, que aún continúa en progreso.

En paralelo, exploré otras conexiones en “Cadernos da Limia: Interseccións”, un proyecto transversal donde, por ejemplo, he utilizado los archivos fotográficos de limianos que desde la emigración enviaban mensajes a sus familiares anotados en el reverso de las fotografías. La colaboración con la malograda artista británica Lotta Ellis en 2019 , se incorporó también a esta serie, con una colección de intervenciones pictóricas sobre fotografías de paisajes limianos.
Aunque existe un vínculo emocional que me conecta a la Limia, no dejo de ser un “outsider” que se asoma con la desazón propia del hombre urbano a la ventana del mundo rural para constatar con cierta amargura como en nuestras fortalezas de cemento y asfalto hemos dejado de sentir el latido de la Tierra, que en cada lugar palpita con el ritmo específico de su lengua, cultura y tradiciones.

Resulta ingenuo pensar que la fotografía tiene alguna capacidad para cambiar el mundo, pero sí puede ser un vehículo legítimo para proponer reflexiones sobre cuestiones universales o canalizar nuestro compromiso con la realidad a la que por destino, azar o vocación nos tenemos que enfrentar. Considero que los “Cadernos da Limia” pueden ser una herramienta útil para proponer dinámicas sociales que estimulen el debate sobre lo rural gallego y su valor, no solo económico, sino como último y auténtico bastión de nuestro patrimonio cultural. Abandonar la liturgia del cubo blanco, renunciar a la cuota de vanidad del artista y que la sociedad recibiera un retorno cultural de este proyecto, justificaría con creces los esfuerzos empleados.
Tienen también estos “Cadernos da Limia” algo de búsqueda personal, una forma de iluminar algunas de las sombras de mi biografía, así como una necesidad urgente de recuperar el silencio de todos aquellos años en los que “simplemente no tenía nada que decir”.
Apuntes de una lagoa ausente:



Civitas limicorum:






Interseccións:




Bio:
Blas González (1962). BA (Hons) Photography por la University for the Creative Arts (UCA), desarrolla su actividad como fotógrafo entre España y Reino Unido. Su práctica fotográfica se inscribe en el ámbito de la fotografía documental y la narrativa contemporánea. El modo en que la relación entre paisaje y memoria configuran la identidad de un pueblo, es la base de su proyecto Cadernos da Limia, un ensayo visual que manifiesta su interés por el alcance de la fotografía como instrumento de introspección colectiva e individual. También ha investigado la dimensión colaborativa de la fotografía, promoviendo y participando en proyectos multidisciplinares, donde la fusión entre imagen, música, teatro o literatura ha servido para explorar aspectos vinculados con la representación y el significado.
Los aspectos teóricos de la fotografía y la divulgación de contenidos ocupan un lugar destacado en su actividad, en forma de revisión crítica de exposiciones y fotolibros, así como en las colaboraciones editoriales con algunos autores para los que ha prologado fotolibros o redacción de textos curatoriales. Mantiene una columna en la revista de fotografía ClavoArdiendo-Magazine donde, entre otros artículos, ha publicado revisión crítica sobre la obra de Joachim Schmid, en el que se incluyó cómo exclusiva mundial una serie completa de fotografías donada por el artista alemán al Museo Marco Vigo en 1996.
En la actualidad, desarrolla el proyecto colaborativo 4Compases en el que se combina fotografía y música escrita, y en el que participan casi 60 compositores, entre los que se incluyen algunos de los principales Premios Nacionales de Música o destacadas figuras del panorama internacional.
