Un brindis a la penumbra.

El atardecer es el momento fugaz en que la belleza y la profundidad rompen con la realidad simple y predecible.

La hora dorada ya pasó, pero la magia permanece: el cristal de la terraza de este pequeño bar se convierte en la frontera entre la luz eléctrica y la oscuridad del mar. Es un juego de reflejos duplicados donde las luces interiores, las siluetas borrosas y los destellos se funden con el dramatismo de las nubes y las luces lejanas de la costa.

Esta pequeña serie explora esa atmósfera difusa. No se trata solo del lugar, sino de cómo la luz artificial distorsiona y enriquece la vista exterior, creando una sensación de misterio, espera y calidez íntima.

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